

Antiguamente en España, las bodas estaban oficiadas casi en monopolio por la iglesia mayoritaria en nuestro país, la católica. Debido a esta tradición (social, eclesiástica… - llamémoslo equis-) pocos eran los contrayentes que se aventuraban a la ceremonia judicial o civil, que en sus comienzos, todo hay que decirlo, eran mucho más insípidas, frías y feas en cuanto al lugar donde se realizaban (el Consistorio del pueblo o ciudad natal o el Juzgado correspondiente).
Afortunadamente, hoy en día las cosas son mucho más sencillas. Lo principal en la boda es lo que representa: la unión de dos personas en el marco legal, además de toda la carga emocional que conlleva, tanto para la propia pareja como para sus allegados.
Simplemente los miembros, llegado el momento, deberán elegir si esa unión desean hacerla “ante los ojos de Dios”, sea cual sea su religión, o bien mediante una ceremonia civil (también las hay simbólicas, sin ninguna validez legal).
En España, una encuesta del INE (Instituto Nacional de Estadística) ha revelado que el año pasado ya se celebraron más bodas civiles en nuestro país (94.993) que religiosas (80.174 católicas y 785 de otras religiones). Sin embargo, las uniones de todo tipo descendieron con respecto al 2009, todas excepto las civiles entre parejas del mismo sexo.
Y es que no es de extrañar que este tipo de ritual gane adeptos; Este tipo de ceremonias, hace plenos protagonistas a los novios, eliminando el intermediario del cura y el riguroso protocolo eclesiástico. Tanta es la diversidad que hoy en día puede personalizase tanto como se imagine, adaptando al máximo los deseos de los novios a la ejecución de toda la fiesta: haciéndola única e irrepetible, a su medida.