

Es normal, que si antes de la boda no se ha convivido surjan pequeños desacuerdos al iniciar la vida en común, pero callarse ante las discrepancias no ayuda en nada a solucionarlas y convivir mejor. Hay que procurar expresar lo que sentimos desde el respeto y a la inversa, recibirlos desde la comprensión. De este modo entenderemos mejor la actitud de nuestra pareja.
El respeto: El matrimonio y la convivencia no implica que hayáis dejado de ser dos para convertiros en una sola persona. Todo el mundo necesita un espacio propio para crecer como persona y ayudar, de este modo, a su pareja a hacerlo. Por ello es importante respetar la individualidad de cada uno, y no intentar estar presente en todos y cada uno de los ámbitos de la vida de nuestro cónyuge, o éste se sentirá avasallado y vigilado.
La paciencia: Muchas veces un detalle insignificante desata una situación difícil de sostener. Hay que procurar tomarse las cosas con calma y no perder los nervios ante situaciones adversas, y menos si se trata de detalles sin apenas importancia. SI no ocurre así, puede que esa tontería se convierta en fuente de una discusión aún mayor, que puede derivar en una situación muy desagradable. El matrimonio consiste en tener paciencia y emplear nuestra energía en construir un clima de calma donde la convivencia sea un cobijo y no un lugar donde discutir.
La complicidad y la sorpresa: una relación que funciona bien se reinventa cada día, de este modo el compromiso se profundiza a diario a través de esos pequeños detalles que hacen sentir al otro querido y valorado. La dedicación al otro debe mostrarse día a día, sin olvidarse de uno mismo.
El humor: La diversión y el sentido del humor entre los cónyuges crea un clima de convivencia agradable y enriquecedor. Aprender a reírnos de nosotros mismos nos evitará muchas discusiones, hay pequeñas situaciones que enfocandas con sentido del humor evita que se conviertan en conflictos mayores.